Los presidentes sueñan para Dequení…
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21 mayo 2015Ña Celia Silguero. Kuñakarai dirigente.
Remueve el círculo encendido de los extremos de los leños cuando la saludamos ¿Doña Celia?, le preguntamos, y dice que sí, volviendo el rostro quemado por el fuego. Ella prepara las tortillitas para la merienda de los niños que llegan hasta el centro comunal de la compañía Esperanza de Arroyos, y Esteros, a tomar sus clases de refuerzo escolar con apoyo de Dequení. Una ventana que da al patio deja ver los gladiolos sacudidos por la brisa que llega del río. «Hay mucho pescado ahora», cuenta, con voz de quien conoce de peces, y quien conoce de río. «Vamos», dice, invitando al corredor donde espera la mesa y la vista de un patio bordeado de árboles. «Antes no teníamos esta casa, y nos reuníamos en la iglesia», recuerda…
Celia Silguero tiene 40 años. De niña, recuerda, todavía escuchaba nombrar a Arroyos y Esteros con el nombre de Tobatí Tuyá, que era como se le decía antes de que don Carlos Antonio López (allá por el año 1849) la llamase con el nombre que se le quedó.
Ella creció allí, entre las lomadas verdes y el río Manduvirá que cuando crece, obliga a las familias a huir hacia las alturas. «Tuvimos que juntarnos, porque había demasiada necesidad. En los primeros años nos reuníamos en la iglesia Virgen del Carmen, hasta que nos dieron este terreno y, entre todos, levantamos nuestra Casa Comunitaria», explica, mirando a su alrededor como quien no termina de sorprenderse de lo que ve.
Con la Casa, vinieron las aulas para los niñitos pequeños, para las clases de refuerzo a los escolares, y llegó el apoyo de Dequení.
«Las madres cocinamos para los chicos, calentamos la leche, limpiamos, nos capacitamos», cuenta con la satisfacción de quien sabe que lo que tiene, es de todos.
«Sé que vamos a poder»
Al igual que los de más de cien mujeres que llegan con sus niños a la Casa Comunal, los hijos de Celia Silguero pasaron por las aulas donde hay dibujitos de flores y de mariposas adheridas a las pizarras.
Nos cuenta de ellos: «María de los Ángeles tiene 17, mi Kevin Antonio tiene 14, y aquella que está barriendo es María Luisa, mi menorcita, que tiene 11», y explica que «acá les ayudan a estudiar porque antes de que existiera el Centro muchos niños dejaban de balde la escuela. Ahora ya no; ahora se les ayuda a hacer los deberes».
-¿Pero es todo estudio, o hay también diversión para la criaturada, ña Celia?
-Acá cocinamos grande en Día de la Amistad, Día del Niño, Día de la Primavera; cada acontecimiento festejamos, cocinamos con las señoras, nos divertimos con nuestras familias.
-¿Qué les preocupa ahora, en esta etapa del Centro?
-Dequení se está retirando porque nosotros tenemos que valernos ahora por nosotros mismos; tenemos que salir adelante solos, aunque sabemos que siempre nos van a acompañar.
-¿Usted confía en que van a poder?
-Sí, yo creo que sí, porque ya sabemos ayudarnos.
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Volvemos con ña Celia a la cocina. Nos estamos despidiendo, pero ella quiere convidar la tortillita, dicta en voz alta la receta y, revolviendo los rescoldos menciona, como al paso: «Acá la comida siempre alcanza para todos». ¿No será acaso, nos quedamos pensando al ver cómo el leño enrojece sus ojos, que el deseo de compartir es el verdadero milagro cuya consecuencia es la multiplicación? «Vuelvan pronto», invita, regalándonos la sonrisa.